sábado, 22 de marzo de 2014

Lazarillo en el siglo XXI

Pues sepa su Señoría, que cuando era pequeño a mi me llamaban Rubén Gómez, hijo de unos padres con problemas de adicciones. Mi nacimiento fue en el hospital Virgen del Rocío ya que mis padres no podían pagar un hospital mejor y además ese hospital era el más cercano de mi casa, el barrio marginal de las tres mil viviendas.
Siendo yo un niño de 12 años, mis padres, al no tener dinero me llevaron a un centro de menores, donde decían que iba a tener una mejor familia. Según me fue contando, la educadora del centro encargada de mis cuidados, mis padres fueron a la cárcel, por consumo de drogas,  y ahí fue donde les perdí la pista ya que nunca más los volví a ver. Al cabo del tiempo vino una mujer vestida de negro, muy fea, con varias verrugas en la cara, a la que le faltaba varios dientes, a adoptar a un niño para que le acompañara y cuidara ya que carecía de familia. Con el tiempo ella me contó que al verme supo que era yo lo que venia buscando. Se acerco y me dijo que ella iba a ser mi nueva tía ya que como bien decía nunca podría llegar a ser mi  verdadera madre.
Los primeros días en casa de Remedios, aunque yo la llamaba tía Reme, fueron bastante buenos ya que no tuve que ir al instituto porque mi tía no controlaba si iba o no.
Pero esa felicidad acabo pronto, cuando un día mi tía me pego con el mando del televisor solo por llevarle la contraria, aún así siempre le devolvía los golpes de alguna forma como una vez que mientras se duchaba le eche azafrán a su champú lo cual hizo que cuando saliera de la ducha tuviese el pelo y la piel amarillos; cuando volvió del trabajo, ella estaba muy enfadada conmigo esta vez cogió su bolso y me pego con él hasta que empecé a sangrar por la nariz de los golpes en la cabeza que me dio; desde ese día ella se encargo personalmente de que yo fuera al instituto, Punta del Verde. En ese centro educativo fue donde conocí a algunos amigos nuevos, que cuando les contaba que me hacía mi tía, ellos me contaban formas de vengarme, entre ellas la de ponerle un petardo camuflado en el mechero, de forma que cuando lo encendía para fumarse un cigarrillo el petardo le explotase en la cara. Su venganza fue coger los pocos petardos que me quedaban, prenderlos y lanzármelos dejándome la cara completamente quemada. Desde ese momento supe que si me quedaba con ella no iba a acabar muy bien así que decidí escaparme. Entre clase y clase siempre hacia múltiples planes para huir aunque todos tenían algún problema, uno fue el típico salto por la ventana, pero desgraciadamente yo vivía en un quinto piso, otro plan sería no volver a casa después del instituto, pero el problema era que  ella me recogía personalmente en coche.         
Después de mucho meditar descubrí la forma de dar esquinazo a esa endiablada bruja y era escapar de noche mientras que ella dormía. Al día siguiente de escaparme me entere por los medios de comunicación que ella me estaba buscando pero aun así nunca logro encontrarme.
 Pasados ya varios días de mi escapada, deambulando por la ciudad comiendo de lo que encontraba por las calles mi estomago empezó a rugir, pero como no tenia dinero, no podía comprar nada. Estuve sin comer un tiempo hasta que mi cuerpo no podría haber aguantado otro día más, así que decidí entrar en un supermercado, caminé por todas las secciones del supermercado hasta que en la sección de panadería estaban colocando pan recién horneado. El hambre me pudo, al ver las barras de pan crujiente. Cogí una de ellas con sigilo y salí del supermercado a toda prisa sin dejar ningún signo de haber estado allí.
Después de este, mi primer robo, por necesidad vinieron muchos más, hasta convertirme en el cabecilla de una banda de ladrones callejera.
Así fueron pasando los años entre robos y chapuzas.
Un día conocí a Carolina, la que fue madre de Manolo, mi único hijo. Carolina murió en el parto de Manuel y yo me vi, de la noche a la mañana, sólo con un recién nacido que sólo sabia llorar.
Nunca he tenido lo que se dice un trabajo fijo pero me he podido ganar la vida, y admito que por mi hijo a veces he rozado la ilegalidad. Por mi Manolo...
Yo como padre siempre he procurado lo mejor para él. Ha ido al colegio, aunque no es buen estudiante, tiene buenos amigos, su infancia ha sido distinta a la mía pero por mis circunstancias no le he podido dar todo lo que hubiese querido para él.
Hasta el día de hoy siempre hemos estado juntos. De mi aprendió como ganarse la vida, sin pasar hambre. Hace unos meses tuve un accidente. Me atropelló una moto al cruzar por donde no debía y aún me encuentro convaleciente, no puedo caminar sin muletas y tengo que ir a rehabilitación tres veces por semana.
No tenemos ningún tipo de ayuda social, a los amigos no podemos pedirles más, también tienen sus problemas, y como dije antes no tenemos familia a la que acudir. En Cáritas nos ayudan una vez al mes pero eso no es suficiente.
Mi hijo Manuel es un buen hijo aunque muchos piensen que es un ¨cani¨ pero siempre esta pendiente de mí, no me deja solo en estos momentos tan difíciles. Es por eso por lo que escribo esta carta a su Señoría, explicando lo dura que ha sido, y sigue siendo, nuestra vida. Si ha cometido delito, que no dudo de ello, lo ha hecho por su padre, como yo lo hubiera hecho por él, ya que solo nos tenemos el uno al otro.
Esta es la razón por la que escribo esta carta, para defender a mi hijo de su comportamiento.


Atentamente: